Definitivamente, las personas tienen ritmos distintos, para todo: para hablar, para comer, para enojarse y para perdonar. A veces, quisiera que todo fuera a mi ritmo, pero no lo es. Cuando soy más lenta, pues no hay problema, al menos yo no lo percibo, pero cuando soy más rápida, es todo un ejercicio de paciencia y de intentar comprender a la otra parte.